A la gente le encanta llamar a Bitcoin "oro digital", pero hay una grieta en esa comparación que la mayoría de las personas pasa por alto.

¿Lingotes de oro? Fúndalos, remodelalos, y a nadie le importa de dónde vinieron. Cada onza es idéntica. ¿Bitcoin? No tanto. Cada moneda lleva un pasado rastreable: cada billetera que tocó, cada transacción que presenció. Esa historia se adhiere como una sombra, y en algunos casos, puede manchar la aceptación de la moneda. Los intercambios podrían marcarla. Los compradores podrían rechazarla. De repente, tu BTC no es tan universal como pensabas.

Esta brecha de fungibilidad importa más de lo que la gente se da cuenta. El dinero real no debería venir con equipaje. No deberías tener que preocuparte por si el propietario anterior lo usó para algo sospechoso hace tres transacciones. Ahí es donde entra la tecnología de privacidad, no para ocultar crímenes, sino para restaurar lo que hace que la moneda funcione realmente como moneda.

Elimina el rastro de transacciones y obtendrás verdadera fungibilidad. Esa es la pieza del rompecabezas que falta para que el oro digital esté a la altura de su nombre.