La energía nuclear está resurgiendo, y no es solo una moda pasajera. Tres fuerzas están convergiendo: el apetito insaciable de la IA por la electricidad, una Casa Blanca que está allanando el camino y una nueva generación de fundadores que ya ha asegurado miles de millones para construir reactores compactos.

¿Por qué ahora? Entrenar modelos y operar centros de datos no es barato para la red eléctrica. La infraestructura energética tradicional no puede seguir el ritmo. Mientras tanto, los vientos regulatorios favorables de la administración actual están despejando caminos que llevaban décadas bloqueados. Y a diferencia de las antiguas plantas de gigavatios, estos mini-reactores prometen un despliegue más rápido y una escalabilidad modular.

¿El límite? No lo hay. Si la ejecución iguala a la ambición, estamos ante un cambio de paradigma en la forma en que la tecnología—y todo lo demás—será alimentada.