En la conferencia de blockchain se vivió un duelo clásico: el cofundador de un importante exchange cara a cara con Peter Schiff, el acérrimo defensor del oro.

De repente, hubo una jugada inesperada: el directivo pidió a su asistente que sacara una barra de oro físico en el acto, y no dudó en presumir el envoltorio: "¿Ves qué caja más elegante? Incluso viene con certificado de autenticidad. 1000 gramos, 99,99% de pureza, ¡nota el peso!"

Luego le preguntó a Peter: "¿Crees que esto es oro de verdad?"

La respuesta de Peter fue brillante: "Solo puedo asegurar que la cadena que llevo en la muñeca es auténtica, esto que tienes ahí... la verdad, ni idea."

La escena resultó algo irónica: ¿acaso quienes apoyan el oro digital necesitan demostrar algo con oro físico? Y, sin embargo, el creyente en el oro duda del oro que tiene delante. ¿No pone esto en evidencia la diferencia fundamental en los sistemas de confianza? El valor de Bitcoin reside en la verificación descentralizada, mientras que el del oro físico depende precisamente de la certificación de terceros.

Dos activos, dos lógicas, nadie convence al otro.